lunes, 29 de diciembre de 2008

CRISTIANOS EN LA SOCIEDAD ACTUAL


Florentino Córcoles Calero, director espiritual de la Hermandad de Pasión
Como dijo Benedicto XVI a la multitud de jóvenes congregados en Sidney este verano: “El Señor os está pidiendo ser profetas”. El Papa, desde hacía tiempo, quería que la Jornada Mundial de la Juventud de este año se preparara como un Pentecostés. El Santo Padre deseaba que el encuentro de Sidney en Australia fuera como un nuevo Cenáculo en el que se congregaran todos, como lo hicieron los discípulos del Señor, con la presencia activa del Espíritu Santo. En la ceremonia de confirmación exhortó a los presentes a ser “profetas de la nueva era traída por Jesús, en la cual el Espíritu Santo será derramado sobre toda la humanidad”.
Si nos peguntáramos por qué somos cofrades, por qué pertenecemos a la Hermandad Sacramental de Pasión, seguramente en alguno de los casos, la repuesta sería vaga, dubitativa o con explicaciones superficiales, poco convincentes. Somos Iglesia, somos cristianos. Nos congregamos en torno a la hermandad para dar testimonio de la fe en Cristo.
Ciertamente tenemos una gran devoción a Jesús de Pasión y a la Santísima Virgen de la Merced y por eso nos encaminamos con frecuencia a la capilla sacramental del Salvador para rezar ante la presencia magnética que producen en nuestros sentidos las sagradas imágenes. Los sentidos nos hablan de Dios y nos llenan el corazón.
Pertenecer a la Archicofradía de Pasión es una forma privilegiada de ser cristiano comprometido en la construcción del Reino de Dios. Ser cofrade y pertenecer a nuestra hermandad no es algo superfluo que nos etiquete simplemente. Es hacer realidad y efectivas las promesas que hicimos en el sacramento del Bautismo. Por él adquirimos un sello del Espíritu Santo que nos incorpora a Cristo y a su Iglesia. Este sello, símbolo de la persona (Génesis 38,18) nos marca para siempre y nos configura permanentemente con Cristo. Por Él, que se declara a sí mismo marcado por el Padre (Jn 6,27) adquirimos la condición de ser y llamarnos hijos de Dios.
Al bautizarnos por la acción del agua y del Espíritu, nacemos a una vida nueva y nos incorporamos a la Iglesia como piedras vivas del Templo del Espíritu, participando de la Eucaristía y de los demás sacramentos. Todos los bautizados estamos llamados, tenemos la vocación de vivir la plenitud de Dios y participar con la Iglesia en la tarea común de trabajar por el Reino de Dios, que espera de nosotros una colaboración espontánea y gratuita. Dándonos a conocer su voluntad a través de la escucha de la Palabra en la oración, deposita en nosotros una confianza y una esperanza, de ahí nuestra responsabilidad, para colaborar en la tarea maravillosa de realizar el plan que Dios tiene para con todos los hombres.
Como director espiritual de la Hermandad quiero estar siempre cercano y disponible. Deseo con mucha ilusión trabajar y colaborar en esta nueva etapa que se abre en esta Archicofradía tras la restauración de la Colegial del Salvador. La Buena Noticia, el Evangelio, se tiene que hacer realidad entre nosotros, en toda la Hermandad, responsabilizándonos por crear un clima de alegría y fraternidad. De esta manera podremos sentir con gozo el palpitar del Corazón de Cristo que nos estimula a que “seamos uno en la fe y en el amor” (Plegaria Eucarística V/b).
Los cofrades de hoy tienen una gran y apasionante responsabilidad: ser testigos de Cristo para la nueva evangelización que la Iglesia pide. Es una urgencia, porque hay carencia de sabiduría divina y el hombre, llamado a la santidad, necesita dejarse seducir por Él para conocer el verdadero rostro de Dios.
La tentación fácil que tiene el hombre de hoy, que vive insertado en realidades muy materialistas, es dejarse llevar cómodamente por la corriente predominante que le provoca ser preso de un relativismo furibundo que enaltece el egoísmo como valor supremo de su propia existencia. En este caso la consecuencia sería vivir en la oscuridad, en las tinieblas que el Evangelio nos denuncia como lugar de pecado. El Papa Juan Pablo II, muy consciente de esa circunstancia, en uno de sus mensajes, nos alertaba sobre la influencia de “una mentalidad particularmente sensible a las tentaciones del egoísmo” que afecta también a los cristianos. Por eso debemos estar plenamente decididos a resolver, como cristianos, el dilema que se nos presenta.
Dejarse iluminar por la luz de Cristo para vivir una vida nueva y libre de toda esclavitud consecuencia del pecado es la propuesta y la gran verdad que la Iglesia pregona. “Toma mi cruz y sígueme” nos dice Jesús de Pasión cuando contemplamos su bendita imagen. Y es que la Cruz no deja nunca de ser las coordenadas de la vida de todo hombre; por tanto tomarla y asirla tiene la eficacia de la resolución que la misma sabiduría divina nos da. El seguimiento de Cristo es signo de contradicción pero es a la vez esperanza y garantía para el hombre de hoy que vive insatisfecho por una existencia vacía y fugaz, para el hombre aturdido y errante de una felicidad que busca y no encuentra.
El seguimiento de Cristo es compromiso apostólico de anuncio y testimonio. La Hermandad no sería tal si no fuera el lugar o pusiera dificultades de realización de la vocación cristiana. Que jamás se pueda decir entre nosotros lo que Juan José López Ibor (padre) dijo en una lección titulada “La generación sin padre”:
“El drama de nuestra época, generosa pero desesperada, es que quiere una hermandad sin padre. Pero más dramático es ver que los que llaman cristianos quieren una paternidad sin hermandad, quieren ser los hijos del Padre sin ser hermanos de los otros hermanos”.
Acudamos a la Iglesia Colegial del Divino Salvador a rezar ante nuestros titulares. Pidamos a la Virgen sus dádivas y sus mercedes. Que Ella interceda siempre por su Hijo ante el Padre para que se fortalezca nuestra fe, estemos siempre dispuestos a cumplir la voluntad de Dios y nos de fuerza para que trabajando con la Hermandad hagamos realidad el Reino de Dios entre nuestros hermanos y demos frutos de amor.

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