domingo, 27 de enero de 2013

Carta de un hermano de Pasión, desde Valencia


Quiero compartir con los hermanos y hermanas que frecuentáis este blog una vivencia de la que soy testigo directo y en la que he participado sólo como correo transmisor de los valores cristianos que en nuestra hermandad procuramos cuidar, alimentar y robustecer.
En agosto de 2010 me enteré de que a  Eva, la hija de una compañera de trabajo, le habían diagnosticado un cáncer de mediastino que por su ubicación era inoperable y difícil de erradicar con quimioterapia y radioterapia. A Eva le daban de vida los oncólogos, en el mejor de los casos, hasta julio de 2011.Dado el prestigio de los médicos que hicieron el diagnóstico, nadie dudamos de que desgraciadamente, acertarían.
Ni que decir tiene que nos causó a todos sus compañeros una gran conmoción. Y pese a ser la madre de Eva una adversaria mía en el trabajo desde mucho tiempo atrás y con más de un encontronazo entre ella y yo por razones profesionales, tampoco escapé al dolor de verla hasta el resto de su vida sin su hija. Confieso que esta idea me producía más desgarro que la propia vida de Eva, una joven de 28 años y con un buen porvenir en Estrasburgo con funcionaria de la Unión Europea.
La madre de Eva es una mujer sobria, seca, poco dada a aspavientos sentimentales y muy tenaz. Lógicamente decidió buscar una segunda opinión médica y que se intentase todo lo que la ciencia médica tiene a su disposición, para salvar a Eva de la muerte. Su perseverancia y su fuerza de madre consiguieron que los oncólogos le aplicasen varios tratamientos, más por tranquilizar a madre e hija que por que estuviesen convencidos de su eficacia. Por mi parte me puse a aplicarle el remedio que tenemos los cristianos: la oración, oración a nuestra titular: María Santísima de la Merced.
Un domingo, estaba yo en una iglesia de la localidad donde vivo (vivo lejos de Sevilla) y vi a la madre de Eva que se detenía ante la imagen de San José; esto es lo normal ¿verdad? No lo es para una persona bautizada pero alejada de la Iglesia, atea y de militancia izquierdista. Por lo que me sorprendí. Y como semanas más tarde era el besamanos de la Virgen decidí que le traería una estampa de Nuestra Madre y Señora de la Merced y otra del Señor. Así lo hice  y ambas las pasé por el manto de la Virgen y por el talón del Señor.
Arriesgándome al rechazo y con toda la delicadeza que pude, referí a la madre de Eva mi viaje a Sevilla y el besamanos de la Virgen y le ofrecí las estampas. Me las tomó rápidamente, sin vacilar. Yo le advertí que no eran objetos mágicos, que por sí mismas no curaban y que la sanación de Eva sólo dependía de que madre e hija creyesen firmemente en que la Merced intercedía ante Jesús y que Él en su misericordia la podía curar. Me dijo que sí, que lo  creía, me dio las gracias y continuamos cada uno con nuestras tareas en el trabajo.
En la primavera de 2011 vino Eva al trabajo a preguntarme el porqué de las lágrimas de la Virgen sorprendida de que “siendo un ser divino”, así decía, la Virgen estuviese llorando. Yo le dije que llora porque Ella no es una diosa, es un ser humano, una mujer como Eva y su madre, aunque especialmente favorecida por Dios al hacerla madre de Jesús. Y que por ser humana  comprende vuestro dolor porque ella misma tuvo que sufrir al ver a su Hijo  que  lo llevaran a ejecutar, sin más culpa que ser bueno, en esa misma cruz que le hicieron cargar a hombros después de destrozarle a latigazos. Le costó un poco asumir la presencia de  la Virgen en cuerpo y alma delante de Dios, y la propia Pasión de Jesús pero entendió todo lo que le expliqué y lo asumió con sorprendente naturalidad. Eva me pidió que le enseñase a rezar y que yo mismo rezase por ella. Ambas cosas las he hecho con toda la fuerza de mi ser mientras ha estado en tratamiento. Ha aprendido también a leer el evangelio diario, a acercarse a Jesús en la Eucaristía y darle gracias.
En el transcurso de la terapia, me refería la madre de Eva que el Jefe del Servicio de Oncología no se explicaba la evolución “anómala” del cáncer  del que  estaban tratando a Eva ya que tan pronto crecía unos milímetros como menguaba sin que alcanzase el tamaño que estadísticamente debiera alcanzar según el tiempo transcurrido desde el diagnóstico.El oncólogo consideraba que estaba ante un cáncer de evolución atípica; y no encontraba explicación médica a ese “extraño comportamiento del tumor”. Eva superó no sólo el mes de julio de 2011, también el de 2012 y se animó a continuar estudiando el idioma que interrumpió en 2010: el alemán.
Transcurrió todo el año 2012 con Eva entre los vivos y al lado de su familia, y el pasado jueves, séptimo día de la Novena del Señor, la madre de Eva me llama al móvil para comunicarme un asunto del trabajo y decirme con su habitual sobriedad y literalmente:”Pepe, tu Virgen ha curado a Eva, venimos de hacerle una prueba en el PET TAC y sólo tiene una pequeña cicatriz”.
Un saludo a todos los hermanos y hermanas que caminamos detrás del Señor de Pasión y de su Santa Madre, Merced.

1 comentario:

una mirada dijo...

La fe mueve montañas

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