Fotografía de fines del s. XIX (c. 1860), en la que el Señor figura con la túnica de los "Cuernos de la Abundancia", obra de Ariza, con la que procesionará mañana, Jueves Santo |
Otro Jueves Santo más, y en este caso uno muy especial, en el que se cumplen presumiblemente 400 años desde que un día de 1615 Juan Martínez Montañés entregara a la Hermandad la sublime figura del Señor: imaginemos la cara de asombro de sus oficiales al presenciar, por primera vez, tan divino simulacro. Cuatrocientos años con nosotros; cuatrocientos años acompañándonos y acompañándole. Y Él seguirá, y nosotros nos marcharemos algún día a estar más cerca, si cabe, de Él. Por el cumplimiento de este feliz aniversario traemos hoy al blog un breve artículo, publicado este año en la revista Sevilla Nuestra, que esperamos sea de su agrado.
400 AÑOS CON NUESTRO PADRE JESÚS DE LA PASIÓN
Juan Cartaya Baños
Universidad de Sevilla
Fue don José Hernández Díaz quien fechó –siempre aproximadamente- la incomparable talla del Nazareno de Pasión. Según el académico e historiador del Arte, Montañés realizó la hechura del Señor en un rango de fechas que oscilaba entre 1610-1615, estimando este último año de 1615 como el más probable para su factura, fecha en la que otros autores –Roda Peña, Passolas Jáuregui, etcétera- coinciden en general, lo que ha hecho que la Hermandad de Pasión la adopte para celebrar la singular efeméride del gubiado de la maravillosa talla montañesina.
Nunca se ha discutido la autoría de Montañés, avalada por claros elementos estilísticos propios del escultor de Alcalá la Real presentes en la imagen, que recuerda notablemente otras obras de aquel, como su San José del retablo de San Isidoro del Campo; autoría que fue reconocida desde fechas muy tempranas (Antonio Palomino, 1725), y que estaría muy probablemente vinculada a su relación familiar con el mercedario fray Juan de Salcedo, su cuñado, que residía por entonces en la Casa Grande de la Merced, en donde la Hermandad –primero de los Martirios y Sangre y después de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo- había sido fundada en el segundo tercio del s. XVI, como recogen diversos cronistas contemporáneos.
Es seguro que en 1619 la imagen ya había sido terminada, ya que en un contrato firmado por el imaginero Blas Hernández Bello para realizar un crucificado para la cercana villa de Los Palacios, se aludía a que la corona de espinas de este no debía ser tallada sobre la cabeza –lo que hasta entonces era frecuente- sino labrada aparte, al estilo “de la que tiene el Christo Nazareno de la Cofradía de Pasión dentro de la Merced”. Y precisamente dentro de la Merced la Hermandad prosperaría y se engrandecería, vinculándose al gremio de los maestres de nao y comerciantes de Indias, y recibiendo legados y donaciones “por la mucha devoción” que los testadores tenían a tan venerada imagen, foco indudable de la piedad sevillana desde su realización, y a la que por entonces se rendía culto en su capilla propia en el claustro del cenobio, pasando posteriormente –ya concluyendo el s. XVIII- a la iglesia conventual.
La técnica impecable utilizada por Montañés para la consecución de la imagen del Señor de Pasión nos permite apreciar mil detalles, cuya soberbia ejecución nos delata que nos hallamos ante una de las obras magistrales del Barroco universal: su precisa anatomía, la delicadeza de su postura y de sus extremidades, la huida de toda exageración, la llamada al devoto a interiorizar reflexivamente las horas amargas de la Pasión del Nazareno, su pautado equilibrio, su delicada y realista policromía –tal vez de la mano de Francisco Pacheco- hacen de Jesús de la Pasión un icono referencial de la religiosidad sevillana de todos los tiempos.
Y nunca ha dejado de serlo, ya que incluso en los difíciles momentos del expolio y de la exclaustración (el año de 1841 es un claro exponente de ello), solo bastó que la imagen saliera de nuevo a la calle para concitar, inmediatamente, una gran expectación y una sentida devoción, que hizo volver a recuperar a la Hermandad su relevancia tras años de agotamiento y de diáspora. El propio José Bermejo nos cuenta que, en su primera salida de 1842 –tras casi diez años sin pisar las calles- la peregrina imagen del Señor impactó de tal modo a la multitud que se agolpaba en el entorno de la desaparecida iglesia de San Miguel, que en breves semanas tras el Jueves Santo de dicho año pudo rehacerse, con nuevas solicitudes y admisiones, la que hasta entonces había sido una parca nómina de hermanos, perdidos paulatinamente por la corporación desde los años de la dominación francesa.
Posteriores intervenciones y restauraciones –todas puntuales, salvo la controvertida de Peláez del Espino (1974) y la exhaustiva de los Cruz Solís (1995)- no han alterado en absoluto su morfología, y (fundamentalmente en el caso de la última) nos han permitido conservar tan valioso e imprescindible referente devocional, que llega hasta nosotros desde nuestro Siglo de Oro con el mismo devoto asombro con el que, sin duda alguna, pudieron verlo otros sevillanos como nosotros en un ya lejano Jueves Santo de 1615, reinando el Católico monarca Felipe III, tras abrirse las puertas del convento Casa Grande de la Merced Calzada al paso de sus porteadores; hoy, sin duda, para el provecho de quienes pertenecemos a su Hermandad y para acrecentar aún más si cabe la veneración, el respeto y el amor que por el Señor de Pasión atesora la mejor Sevilla.
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