jueves, 5 de febrero de 2009

(III) DEL PREGÓN DE D. JUAN CARLOS HERAS SÁNCHEZ, 1998.


[...] Y vengo con la ilusión y el ánimo que en estos inolvidables cuatro meses me habéis transmitido; con la certeza de no dejaros una inmortal pieza literaria, pero con el convencimiento de transmitiros una Semana Santa de Sevilla y una Sevilla en Semana Santa. La Semana Santa que aprendí en las entrañas de una familia recorrida por las fibras sensibles de su amor a Dios y a Sevilla. La Semana Santa que mamé en los cofrades senos maternales de San Bernardo y San Nicolás. La que me dio -como todo, sin pedirme nunca nada a cambio- mi buen padre, ese Castellano Viejo que me enseñó el amor, el amor de su Cristo de Pasión, el amor de su gran pasión que fueron sus hijos.
[...] Y tras apreciar como «Los Caballos», «el misterio que más pesa de Sevilla», -le decían-, subía una vez más la Cuesta del Bacalao, se tenía que ver entrar Pasión. Porque, oía decir el niño a sus mayores: si no se ve Pasión no se ha visto Semana Santa. Y a los pies del dios de la madera disfrutaba con la entrada de aquella imagen a la que todos los domingos, tras escuchar la misa de una en los asientos de madera del antiguo coro, buscaba en su capilla, abrazado por la serena mano del Castellano Viejo que suavemente le decía: «Le rezas, un Señor Mío Jesucristo y un Padrenuestro y le pides nada más que salud, que es lo único importante de esta vida». Y así el niño, mientras escuchaba la saeta, cantada desde el repleto y vetusto balcón, asonantada por el ritmo acompasado de los costaleros para subir la rampa que a él le servía de juego, intentaba hilvanar sin éxito las oraciones dominicales, hasta que centrado en la cara de aquel Jesús pensaba: qué grande debe ser Dios para que tanta gente lo quiera. Qué humano, qué bueno y qué dulce debe ser Dios si se parece a Pasión.
[...] La luna de Parasceve ilumina la noche. Jesús Nazareno, manso Cordero, anda sobre la tierra. La cera roja va guiando los pasos de Jesús de la Pasión. Estamos ante la perfección del amor de Dios preso en el cuerpo de un hombre. Es el momento en el que el tiempo no existe. Nos centramos en un instante eterno en el que se pierde la memoria. Nada se excede, nada desborda. Silencio y paz por las calles. Ni la plata que lo sostiene altera la armonía idealizada. ¿Cómo puedes ser a la vez tan Dios y tan humano, Señor de Pasión? A ti me enseñaron a rezarte cuando a Dios imaginar no podía. A ti me encomendó mi padre cuando ni la corona ni las espinas presentía. A tus plantas está mi infancia, en tus manos mi memoria más pura. Sereno refugio de lo que
dimos por perdido, es ahora cuando comprendo las palabras del hombre bueno que señalándote me dijo: éste es Dios, hijo mío; sé manso y bueno como Él para que un día podamos abrazarnos en el eterno resplandor de su gloria. Señor de la Pasión, Dios sereno de Sevilla, bendícenos desde tu paso con la paz de tu hermosura haciendo más sagrado el Jueves Santo [...].

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