Ya de recogida, la Ciudad queda desnuda, hueca, desarbolada. La llamarán enseguida de otras calles, de otras plazas, de otros puentes o de otros arcos... Pero lleva toda su vida siguiendo los pasos del aroma de Dios. Y cuesta mucho despedirse de Pasión.
¡Puertas, alzad los dinteles. Levantaos, puertas antiguas. Se allane la escalinata y ceda la verja, para que entre el olor de Dios en la Ciudad Santa! Pan, Bálsamo, Calvario. Que éste es el aroma que deja el Señor de Pasión cuando pasa por Sevilla [...].
Porque es verdad, porque ya huele a Semana Santa. Y pronto, muy pronto, los labios se harán música, jazmín, azúcar. Y luz y miel la boca al decir: «ya es Domingo de Ramos». Vivamos esta gloria adelantada mientras nos llega la Gloria definitiva. Porque aquella Gloria será, seguramente, ver al Señor en besamanos diario en la plaza de San Lorenzo del Cielo; y verlo tan cerca y sin corona, y sin espina en la ceja, y desatado y sin llagas. Y será la Gloria, seguramente, una eterna madrugada de azahar y plata. Y la Gloria será, seguramente, ver alzar el rostro al Señor de Pasión, respirar al Cachorro y resucitar la mano yerta del Cristo de la Caridad. Y seguramente, será la Gloria un brillo nuevo en la mirada del Valle, el sosiego de la Amargura, la
sonrisa del Dulce Nombre, y ver cómo dejó de llorar nuestro Cristo de la Ventana.
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