RETIRO DE CUARESMA
“Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto” (Lc 4,1).
Caminar con el Señor es seguir sus huellas y dejarnos llevar por Él. Seguir a Jesucristo supone, por tanto, transitar durante cuarenta días por el desierto. Porque, igual que a Jesús, también nosotros somos impulsados por el Espíritu al desierto. Pero tenemos que encontrar ese lugar. ¿Dónde? La Iglesia lo pone fácil al proponernos la cuaresma. Efectivamente, la cuaresma tiene que ser para nosotros lo que el desierto fue para el mismo Jesús y para tantos profetas del Antiguo Testamento: lugar de silencio y de la soledad en la búsqueda y encuentro de Dios.
No se trata, pues, de encontrar un lugar físico como el desierto, sino más bien de un tiempo de cuarenta días, los mismos días que Jesús pasó en él, de oración y penitencia. A este tiempo llamamos cuaresma porque es tiempo de gracia para que los cristianos, alejados de las ocupaciones cotidianas, del ruido y de la superficialidad, se encuentren - con la oración y en la penitencia - con el Creador. Así es como la cuaresma se convierte en el lugar de lo absoluto, en el lugar de la libertad donde, vaciándonos de preocupaciones, situarnos ante las cuestiones fundamentales de la vida. Por eso el desierto cuaresmal es tiempo y lugar de la gracia para nosotros.
El pasado Miércoles de Ceniza con el rito de imposición de las cenizas, comenzamos el camino de convertirnos y creer en el Evangelio para llegar a la meta de alcanzar la plena luz de la Pascua. En efecto, si la Cuaresma es el tiempo de gracias en que los cristianos somos impulsados a la conversión por la acción del Espíritu Santo, nosotros, cofrades de Pasión, lo hacemos de una manera peculiar y eficaz: caminar, durante este tiempo de gracia, de la mano de la Santísima Virgen de la Merced junto con el Señor de Pasión. Ese es el fundamento para hacer la estación a la Santa Iglesia Catedral la tarde del Jueves Santo con nuestras sagradas Imágenes. Para que con oración y penitencia muramos al pecado para renacer de nuevo a la vida de la gracia. El Domingo de Resurrección con la renovación de la Alianza Bautismal en la celebración de la Misa Pascual culminaremos el camino emprendido.
Para Jesús, recibir el bautismo de manos de Juan fue un acto de penitencia, acto que se iniciaba con la confesión de los pecados (Mc 1,5; Mt 3,6). Descendiendo al rio y haciéndose lavar, realizaba un gesto de humildad, una humilde súplica de perdón y de gracia. Nosotros, en este tiempo de cuaresma, a ejemplo de Jesús que lo hizo sin tener pecado alguno sino que tomó la culpa de los nuestros, debemos también pedir perdón por nuestros pecados. Este perdón se nos da, si lo hacemos con el corazón contrito, a través del Sacramento de la Penitencia. Así obtendremos, no sólo el perdón por la misericordia de Dios, sino que habitará en nosotros la gracia por medio del sacramento y por la acción del Espíritu Santo.
Florentino Córcoles Calero, Pbro.
Director Espiritual de la Hermandad
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