lunes, 28 de junio de 2010

UN TESTIMONIO: LO QUE ME SUCEDIÓ ANTE EL SEÑOR

Subimos al blog un testimonio, sencillo pero a la vez creemos que impresionante, de una mujer, devota del Señor y maestra en un centro católico de nuestra ciudad, que nos ha sido remitido por nuestro hermano V.V.B. La fuente es de total fiabilidad y de plena confianza, aunque rogamos se nos permita omitir su nombre y apellidos, ya que desea salvaguardar su privacidad. En estos días en los que el debate se centra en si resguardamos más o menos a nuestras Imágenes, creemos que no debemos olvidar hasta que punto el contacto con ellas y la cercanía de sus devotos pueden ser una fuente inagotable de esperanza y de consuelo. Por ello y por su valor indudable le damos todo el valor que tiene a este testimonio, y le agradecemos infinitamente que haya compartido con nosotros lo que -creemos- sólo se puede definir como una Gracia del Señor, que le ha sido concedida ya que Él (nunca lo dudemos) sabe siempre, siempre, qué es lo que más necesitamos en todo momento: entre Sus manos siempre será donde mejor estemos. Sigue el testimonio recibido:

"El pasado 4 de marzo mi marido me notificó que padecía un cáncer de mama. Al recibir aquella noticia tan devastadora, me vi sumida en cuestión de segundos en un estado de shock difícil de superar. Me tuvieron que suministrar pastillas “para los nervios” porque no podía ni comer, ni dormir… ni vivir. El mundo cambió… y la persona tranquila que había sido hasta ahora se convirtió en un despojo de ella misma.

El día 4 de marzo fue jueves. Yo asistí a mi trabajo el viernes, y el sábado le dije a mi marido que quería ir a ver al Señor de Pasión porque yo era y soy muy devota suya (mi padre me transmitió dicha devoción). Después de haber pasado unos días infernales, llegamos a la Iglesia de El Salvador al mediodía. La capilla estaba vacía, mi marido se quedó abajo y yo subí unas escaleras que te llevan a la parte posterior del Cristo. Tiene una abertura el cristal en la parte de abajo (por el talón) para poder besarlo.

Lo que me pasó fue algo extraordinario. Lo toqué y yo sentí, como en el pasaje del evangelio que en la multitud alguien le toca sus vestiduras, y decía: “¿Quién me ha tocado?”; pues exactamente esas palabras.

Yo le dije: - ¡Señor, soy yo! No puedo vivir así en este estado, mira lo que me ha pasado. Necesito tu ayuda. Lo único que te pido es la fuerza necesaria para afrontar todo esto. No puedo yo sola. No como, no duermo... ¡Ayúdame, te lo suplico! Y terminé con esta frase: - En tus manos encomiendo mi espíritu, Señor.

Al bajar las escaleras, yo ya no era la misma. Algo había pasado. Desde aquel preciso instante todo cambió. Estaba llena de una serenidad y paz de espíritu que hoy perduran. Ya no volví a tomar ni una sola pastilla, ni una tila, ni valeriana… nada.

Mi transformación fue tal que en mi centro de trabajo me preguntaban qué me había pasado, y yo hablaba de la enfermedad, sin tan siquiera ponerme nerviosa. Mis amigos, muy extrañados, le preguntaban a mi marido que si eso era real o por el contrario era una actitud fingida; él les decía que no, y no se lo podían creer. Seguí trabajando hasta unos días antes de la operación. Mi vida había transcurrido (35 días hasta que me operaron) con una paz de espíritu que yo no había tenido jamás.

Mi premisa: Yo estoy bien, mi familia y todos están bien.

Entré en el hospital un 9 de abril. La noche anterior había dormido “como una bendita”. Cuando me llevaron al quirófano, después de intercambiar unas frases con los médicos, el anestesista dijo que ya me iban a dormir. Les dije: -Un momento, por favor. Me santigüé, y volví a pronunciar aquella frase ante el Señor: -“En tus manos encomiendo mi espíritu”. Tengo que decir, y ha sido ahora cuando lo he dicho, no antes, que estaba en Sus manos y que estaba “preparada”, tanto para quedarme como para irme. Cuando desperté de la anestesia, el gozo que sentí (en medio de lo que es una operación de cuatro horas) era impresionante. Sentí que la vida me había dado una segunda oportunidad. El postoperatorio ha sido y es bastante duro, todavía me quedan dos operaciones, y las personas que me conocen se preguntan cómo puede estar tan contenta, ser tan feliz, llevarlo todo tan bien… Y yo les contesto: -Después de la gracia que he recibido, que casi he tocado al Señor con mis manos, estoy tan llena que lo único que necesito es dar las gracias, y también siento esa felicidad que te proporciona saber con certeza absoluta que el Señor está contigo .

No tenemos más que acercarnos a Él. Te espera con los brazos abiertos".

1 comentario:

Anónimo dijo...

Preciosa Experiencia, le deseo a esta mujer la mejor de las suertes, aunque ya la tiene pues el Señor de Pasión está con ella.

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