En
Sagasta siempre es 1910 en punto. La hora la da el reloj de la muy antigua
relojería Torner, faltaría más, que por algo escribió Joaquín Romero Murube que
los Torner han visto varias veces el infinito en las entrañas de los relojes;
pero el año lo da el soberbio edificio modernista de José Gómez Millán de la
esquina de Sierpes y Jovellanos. En su frontispicio, arropado por las alas
desplegadas de las estilizadas águilas de forja que rematan la balaustrada de
la azotea, está detenido para siempre el contador de años en el de 1910.
Este año cumple el edificio un siglo de vida porque, aunque en él esté escrito que es de 1910, su obra se inició en 1909 y se concluyó en 1912. Las águilas recuerdan que allí estuvieron los Almacenes El Águila, junto a los de El Siglo y Sepu los primeros grandes almacenes españoles antes de que Pepín Fernández y Ramón Areces construyeran sus imperios de Galerías Preciados y El Corte Inglés. Cuando los Almacenes el Águila reinaban por toda España -desde la calle Preciados de Madrid a la sevillana Sierpes- Pepín aún no había convertido su Sedería Carretas en Galerías Preciados y El Corte Inglés era una tienda de confección para caballeros.
Desaparecieron los Almacenes El Águila de Sevilla -sic transit- pero quedó su edificio marcando para siempre 1910 en punto. Será por eso por lo que Sagasta templa el tiempo. Siguen en pie los espléndidos edificios modernistas de los números 3, 5 y 7 prolongando, con una continuidad que en la bárbara Sevilla es un milagro, la fachada barroca del Hospital de San Juan de Dios. Siguen vivas la relojería Torner, la lotería, el puesto de flores de los Montero o la relojería Ramiro de la barreduela de Monardes.
Convocados por ellos, porque la memoria de la ciudad sólo puede refugiarse donde halla puertos no destruidos por la especulación y la incultura, siguen paseando por allí los fantasmas de Antoñito procesiones, puro en boca y pies en ángulo obtuso tirando a llano, y el enano Laureano con su uniforme gris del Ayuntamiento. Sigue vendiendo bisutería Antonio Rodríguez Buzón en su tiendecita. Sigue saliendo todos los días la cofradía de la Hiniesta hecha con nazarenos recortados de madera en el escaparate de la tienda de novias. Sigue abierta la Cervecería Oriental. Siguen comprándonos en El Rosario de Oro a quienes siempre seguimos siendo niños en esta calle sin tiempo libros de Julio Verne y de Walter Scott o los pequeños devocionarios con tapas de nácar de las primeras comuniones. Sigue siendo Madre del Señor de Pasión -azulejo junto a azulejo- la antigua Virgen de la Merced que lo acompañó durante 124 años. Sagasta es la calle del eterno retorno.
Este año cumple el edificio un siglo de vida porque, aunque en él esté escrito que es de 1910, su obra se inició en 1909 y se concluyó en 1912. Las águilas recuerdan que allí estuvieron los Almacenes El Águila, junto a los de El Siglo y Sepu los primeros grandes almacenes españoles antes de que Pepín Fernández y Ramón Areces construyeran sus imperios de Galerías Preciados y El Corte Inglés. Cuando los Almacenes el Águila reinaban por toda España -desde la calle Preciados de Madrid a la sevillana Sierpes- Pepín aún no había convertido su Sedería Carretas en Galerías Preciados y El Corte Inglés era una tienda de confección para caballeros.
Desaparecieron los Almacenes El Águila de Sevilla -sic transit- pero quedó su edificio marcando para siempre 1910 en punto. Será por eso por lo que Sagasta templa el tiempo. Siguen en pie los espléndidos edificios modernistas de los números 3, 5 y 7 prolongando, con una continuidad que en la bárbara Sevilla es un milagro, la fachada barroca del Hospital de San Juan de Dios. Siguen vivas la relojería Torner, la lotería, el puesto de flores de los Montero o la relojería Ramiro de la barreduela de Monardes.
Convocados por ellos, porque la memoria de la ciudad sólo puede refugiarse donde halla puertos no destruidos por la especulación y la incultura, siguen paseando por allí los fantasmas de Antoñito procesiones, puro en boca y pies en ángulo obtuso tirando a llano, y el enano Laureano con su uniforme gris del Ayuntamiento. Sigue vendiendo bisutería Antonio Rodríguez Buzón en su tiendecita. Sigue saliendo todos los días la cofradía de la Hiniesta hecha con nazarenos recortados de madera en el escaparate de la tienda de novias. Sigue abierta la Cervecería Oriental. Siguen comprándonos en El Rosario de Oro a quienes siempre seguimos siendo niños en esta calle sin tiempo libros de Julio Verne y de Walter Scott o los pequeños devocionarios con tapas de nácar de las primeras comuniones. Sigue siendo Madre del Señor de Pasión -azulejo junto a azulejo- la antigua Virgen de la Merced que lo acompañó durante 124 años. Sagasta es la calle del eterno retorno.