La realidad y el deseo: el título de la obra de Cernuda, ese poeta profundo de la ciudad antes maldito y hoy recuperado felizmente puede poner también la cabecera a la entrada de hoy, ese día tan grande de la liturgia en el que antes siempre relucía el sol (
"Jueves Santo, Corpus Christi y el día de la Ascensión"). Un sol cuya ausencia llevamos padeciendo desde hace ya dos años. Dos años de Vía+Crucis en el interior del templo y de cabildos extraordinarios de oficiales, fajados en nuestras túnicas y descorazonados al ver el agua cayendo a chorros por los canalones del patio de los Naranjos.
La realidad y el deseo: ¿Será este año? ¿Podremos salir al fin? ¿Tanto esfuerzo, tanto trabajo, tanto amor al cabo habrán de perderse, de derrocharse, de colarse otra vez por el sumidero ante nuestras miradas impotentes? ¿Un año más la decepción, la lástima, la pena tendrán su sitio como indeseadas hermanas de número, coladas entre nuestras filas sin expedirles papeleta alguna?
Hoy, Martes Santo, día en el que escribo esta entrada teniendo ante mi ventana una desoladora cortina de lluvia quiero llamar, aunque no valga nada ni suponga nada mi llamada, a la esperanza. Una esperanza que estos dos últimos años se ha hecho de rogar y finalmente no nos ha abierto las puertas del Salvador; una esperanza que ha hecho sin embargo que en estos últimos tres años nuestra nómina de hermanos haya crecido -pese a la decepción de no salir a la calle en lo que es el principal acto de nuestro instituto- sin cesar. Hoy quiero pensar en esos nuevos nazarenos, recién estrenados sus flamantes doce años, que merecen oír llenos de ilusión, como nosotros hemos oído durante tantos lustros, las llamadas de amor primaverales de los vencejos del Salvador cuando la marea del silencio inunda la plaza, cuando te tiemblan las rodillas al ofrecerte, tú y tus hermanos, esas dos líneas de ruán negro ceñido, a esta ciudad que puede contar sus años ya por miles. Que merecen oír también ese cielo de saetas que cubre al Cordero de Dios, el que quita los pecados del mundo, el que vence a la Muerte con su andar dolido y sosegado. Que merecen oír por último los sones profundos de esos músicos de la Oliva que lo que más desean es poder hacer por fin lo que mejor hacen: poner su bendita armonía tras el paso de nuestra Dolorosa, acunando su dolor con esa música que un feliz día salió de la mano de nuestro hermano Joaquín Turina. Y esta ciudad también merece recibir la Gracia de volver a sentir, sobre la piel de sus adoquines, el paso dulce y suave del Señor; de volver a ver sobre sus hombros esa túnica que hace más de un siglo se bordara para vestir de gloria al Rey de Reyes, al Hijo de David, a este Dios nuestro que este día se hace Eucaristía en nuestros corazones. La realidad y el deseo: que por esta vez, por esta vez por fin, realidad y deseo se confundan en una: que vuelva a relucir más que el sol nuestro Jueves Santo; que el Cordero divino, Jesús de la Pasión, vuelva a bajar la rampa del Salvador ante la multitud atónita. Que nosotros lo hagamos posible y lo veamos. Y que Él quiera que así sea: en Sus manos estamos.