El catedrático González Gómez, durante la explicación |
Fotografía: J.J. Comas
Son aproximadamente 182 metros cuadrados los que ocupa la capilla sacramental de Pasión, un espacio que se convierte en un auténtico relicario que no solamente cobija a la portentosa imagen que tallara Juan Martínez Montañés sino que guarda joyas y detalles en su propia configuración que, sin una observación detenida, pasarían inadvertidos a ojos del visitante, y que van ligados al propio devenir histórico artístico y carácter eucarístico de la Archicofradía.
La oportunidad única para conocer los entresijos de esta espléndida capilla, adosada a la iglesia colegial del Divino Salvador, ha venido de la mano de la propia Hermandad y de la Real Academia de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría, que entre sus actividades cuaresmales visita cada año una corporación para conocer su patrimonio. En esta ocasión,la visita a los secretos, al arte, a la historia y a la devoción que encierra el recinto fue guiada por el catedrático de Historia del Arte y vicepresidente de la Academia, Juan Miguel González Gómez, quien calificó la capilla de museo en el que la Archicofradía, tras las distintas fusiones, ha ido acumulando obras de arte.
Hay que remontarse al siglo XVI y a la difusión del culto eucarístico que realizara Teresa Enríquez, y en el culto que se daba al Santísimo en una capilla en el Patio de los Naranjos en 1580, para adentrarse en el carácter de la Hermandad, que fue fundada en la Casa Grande de la Merced. Y hay que fijar los ojos en el Salvador, cuya construcción finalizó Leonardo de Figueroa en 1712, cuyos canónigos cedieron en 1726 a la Archicofradía Sacramental terrenos para su capilla, sacristía de Ánimas y dependencias auxiliares —éstas últimas son hoy la casa hermandad—.
La capilla fue construida por el arquitecto Vicente Bengoechea —maestro mayor de la Real Fábrica de Tabacos— entre 1750 y 1756, y su configuración, explicó el catedrático, se debe a la «filosofía e interpretación teológica» emanentes del Concilio de Trento, que dio lugar al «arte de la Contrarreforma, al arte barroco, eminentemente didáctico y pedagógico para servir de soporte de la palabra y la predicación». En ese contexto, eminentemente sacramentalista, nacieron muchas capillas, Sancta Sanctorum en las iglesias para reservar la Sagrada Eucarística y ahí se ubica la de Pasión, «uno de los ejemplos más bellos». Creó Bengoechea un espacio suntuoso. Jaspes rojos y negros para el zócalo, las 16 basas con sendas pilastras-estípites de yeso, los enmarques de las dos puertas laterales, el enmarque del retablo y el arco que da a la Colegial. Todo ello enriquecido por la labor escultórica del decorador y retablista portugués Cayetano de Acosta, autor del retablo rococó, con santos, angeles, personajes del Antiguo y Nuevo Testamentos, y rematado por la figura de Dios sobre un trono de ocho ángeles, que conecta con el arco interior desde el Salvador, y en el que puede verse, ajena a su configuración, a la Virgen del Voto, titular de la antigua Hermandad Sacramental. Acosta fue el creador asimismo del retablo barroco que presidía la capilla y que sucumbió, junto a otras obras de arte y a la cúpula oval, en un incendio ocurrido en 1905.
Hoy, además de toda la labor en jaspe, vemos la capilla con la reforma de Juan Talavera de la Vega y la decoración de paredes, con elementos vegetales, racimos de espigas y uvas, de Manuel Cañas, pero de Acosta quedan sobre las portadas laterales las tallas en piedra de San Miguel y San Rafael acompañados de angelotes barrocos. Dos grandes lienzos junto a las citadas portadas en los que figuran San Carlos Borromeo y la Inmaculada, completan la visión.
En sustitución de aquel retablo perdido, hoy vemos una pieza de «excepcional valía», a juicio del catedrático. Se trata de un retablo en plata cincelada, espléndida muestra de la orfebrería del siglo XVII, que perteneció a la Casa Profesa de la Compañía de Jesús y por ello en este este espectacular relicario, que hoy preside Nuestro Padre Jesús de la Pasión, pueden admirarse dos altorrelieves en madera tallada y policromada de San Ignacio de Loyola y San Francisco Javier, además de múltiples reliquias de mártires jesuitas. Este retablo se ha adelantado para recuperar un ventanal trasero sobre el que se recorta la figura del Señor.
Todo en la capilla, plagada de símbolos eucarísticos, es obra de arte y joya. Pero, indudablemente, las miradas se dirigen hacia el Señor de Pasión. «una de las grandes obras maestras de la estatuaria religiosa del barroco europeo», según el catedrático, quien desmenuzó con delicadeza las características escultóricas de la imagen, el dramatismo en la figura que, dijo «se aparta de la idealización del Cristo de la Clemencia —también de Montañés, que se encuentra en la Catedral— para incidir en el sufrimiento humano», en el «equilibrio inestable» que presenta, «descargando todo el peso en su pierna izquierda, dejando la derecha exonerada, una técnica de escultura clásica retomada en el Renacimiento», el «virtuosismo de la forma», el logro de Montañés para «que el dolor, la emoción, no descompongan los rasgos», «su inefable belleza»... Sobre sendos pedestales de plata se hallan la Virgen de la Merced, de Santos Rojas, y el San Juan de Gabriel de Astorga, que representan la Sacra Conversación el Jueves Santo.
El catedrático, por último, abogó por la inclusión en el paso procesional del Cirineo de Sebastián Santos, «porque la Hermandad se funda» con referencia a la «V estación del Via Crucis», cuestión que fue inmediatamente respondida desde la Hermandad alegando que los hermanos, en cabildo, decidieron que el Señor de Pasión siguiera saliendo solo.