Sevilla, en su particular interpretación de la pasión de Cristo, se adelanta al ordo de la liturgia cuando el Domingo de Ramos, desde la calle Sol, el misterio de la SAGRADA CENA recorre las calles escoltado por blancas filas nazarenas. En este inmenso y sobrio paso se representa, con exquisita belleza, el momento cumbre de la Institución de la Eucaristía, con la conmovedora Imagen de Jesús elevando su mirada al Padre en acción de gracias.
La ciudad vuelve, una vez más, a dar muestras de una fina sabiduría con esta hermosa y clásica Cofradía que pone en las calles el Misterio Eucarístico el primer día de la Semana Santa, recalcando, de este modo, la importancia fundamental en la vida cristiana del Sacramento de nuestra Fe.
El Jueves Santo, el Misterio Eucarístico se hace presencia patente en una Cofradía. Viene caminando Jesús por estrechas calles que se abren, a su paso, como desfiladeros de sombras. Su silueta se adivina, en la lejanía, entre un bosque de cirios rojos, como hilos de sangre, que derraman sobre el suelo una tenue llovizna de cera bermeja. Viene sobre una nube de plata, arrastrando una pesada Cruz que le dobla la espalda, con los ojos semicerrados por el esfuerzo sobrehumano y la mirada puesta en un suelo en el brotan claveles rojos como goterones de su sangre preciosa. Y a pesar del sufrimiento, a pesar de su humillación, se ve que sigue siendo Dios.
Al ver pasar a este Nazareno dolorido y humillado, maltratado y doblegado, como cordero llevado al matadero (Isaías 54,7), una exclamación sale de los adentros y se clava en el corazón del sevillano. Es la misma expresión que recoge el Evangelio de Juan: “Este es el Cordero de Dios” (Juan 1, 35-42).
Y así es. En la mansedumbre del Señor de PASION vemos al Cordero que quita los pecados del mundo, Aquel que quiso quedarse para siempre con los hombres hecho pan de vida y bebida de salvación en el Augusto Sacramento de su amor.
Y al verlo marchar, sin poder apartar la mirada de El, resuena en la noche la misma pregunta que se hicieron aquellos discípulos:
-“Maestro, ¿dónde vives?”
La estela de su paso, con el río de sus nazarenos negros, nos muestra el camino que conduce a su casa, al Sagrario del Divino Salvador, donde mora y en el que todos los días del año estará esperando nuestra visita y nuestra oración. Y es que todo en el Señor de Pasión es testimonio, huella, presencia, que nos conduce ante el Santísimo Sacramento del Altar.
Su retablo, en la Colegial del Divino Salvador, es un inmenso manifestador de plata, a semejanza, magnificada, de aquellos que cobijan el viril con el Cuerpo de Cristo en la Exposición Solemne de su Divina Majestad.
En el recibe durante todo el año la veneración de los sevillanos la portentosa Imagen del Señor, la de la serena belleza, la del dulce dolor de un Cristo que se entrega a la muerte por nosotros, la de un Jesús que se humilla, que es capaz del mayor de los sufrimientos por Amor a los hombres. Al mirarle vemos en El al Dios que nos espera, hecho pan blanco, oculto en el silencio del Sagrario. Parece que este Jesús, cuando está en su altar, nos está indicando con su dulce mirada baja el lugar donde se encuentra hecho alimento para la vida del mundo.
Su argenteo paso es custodia en la que recorre las calles de la ciudad el día en el que se instituyó el Sacramento de nuestra fe, Jueves Santo de amor fraterno, de mantillas y oficios, que en Sevilla sigue reluciendo, Dios quiera que por muchos años, más que el sol.
Y hasta las “levantás”, a pulso de su paso, evocan la mano sacerdotal que alza en la consagración eucarística el cuerpo y la sangre del Redentor.
Le vemos pasar con el dulce vaivén de su túnica, péndulo morado que marca el tiempo sin horas del amor. Y al perdernos por las calles solitarias, sin más compañía que los reflejos de plata de la luna y el recuerdo de su presencia, exclamamos en nuestros adentros “hemos encontrado al Mesías”.
En esta mañana, mi Jesús de la Pasión, sólo acierto a bendecirte, como lo harán miles de sevillanos en la tarde solemne del Jueves Santo. Y para ello, no puedo más que proclamar aquellas alabanzas de desagravio que cada día del año, en cualquier rincón del mundo, se derraman amorosamente ante tu presencia sacramental. Y por eso grito al aire de Sevilla:
Bendito seas Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre.
Bendito sea tu Dulce Nombre Jesús, JESUS DE LA PASION.