domingo, 28 de marzo de 2010

ÉL

Ahora está más cerca: brevemente elevado por su peana del ras del suelo, podemos contemplarlo casi sin tasa y sin medida. Amarrado, encogido por el dolor, inclinada su cerviz por el sufrimiento; dándosenos entero. Sin condiciones. Aunque todo cambie, Él no cambia. Pese a su aparente fragilidad, Él es nuestra roca, nuestro escudo, nuestro baluarte, nuestra fortaleza: Señor, si Tú estás ahí, ¿a quién temeré?
Antes de besarle el pie -lo que muchos hacen como un acto de amor que se quisiera eterno: los besos son morosos, profundos, como cuando se besa a aquellos a los que amamos más que a nosotros mismos- le miran, y las miradas no pueden separarse de su rostro. Por eso los besos se hacen lentos cuando llegamos ante el bellísimo pie suavemente levantado, para retrasar el momento de la despedida. Por eso, para comprobar que nos llevamos algo de Él con nosotros, no podemos dejar de comparar la pequeña fotografía, tan humilde, que recibimos como recuerdo tras el beso: ¿Será el mismo? Y miramos, alternativamente, la estampa y el Rostro incomparable que nos devuelve intensamente la mirada. Cuando vemos que sí, que llevaremos una fiel imagen del Señor en nuestra cartera, nos marchamos tranquilos: Él queda, guardado y al alcance -como siempre ha estado, y estará por siempre- de nuestras manos.
Él, nuestro padre, nuestro hermano Jesús de la Pasión, es uno más entre nosotros: sabemos donde vive, conocemos en qué fechas se acerca -casi al ras del suelo- para que le sintamos, si cabe, aún más nuestro. No es una estatua; no es un trozo de cedro bendecido, cargado de oraciones recibidas por siglos: la caricia de las manos nudosas de una anciana, un suspiro profundo y los ojos brillantes; el beso -tirado con la mano desde la atalaya que son los brazos de su padre-, de una niña que apenas hoy se está abriendo a la vida; las lágrimas, difícilmente retenidas, de un hermano (un hombre mayor y enfermo, que ayer vino a verlo desde lejos, a contarle frente a frente un pesar que era hondo, y a darle también unas gracias sinceras) son testigos de ello.

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