Florentino Córcoles Calero, director espiritual de la Hermandad de Pasión
Hay una amenaza para la espera expectante propia de toda esperanza, a saber: la satisfacción por el presente. Siempre ha habido quienes se han evadido del futuro para refugiarse en el presente, el cual se ha magnificado. Otros viven de cara al pasado, convertidos en estatuas de sal, como la mujer de Lot. Precisamente la tarea profética del Pueblo de Dios en el transcurso de la historia ha consistido en encender la llama de la esperanza. Una llama frágil, agonizante, que cualquier soplo, en cualquier instante, puede apagar.
Nuestra generación vive un momento histórico transido de una expectación absoluta de futuro. Por eso, el hecho de oír el anuncio de nuestra liberación, suscita un poderoso sentimiento de esperanza.
La tensión de la fe consiste en vivir no entre el mundo y el cielo, la tierra y el empíreo, sino entre el presente y lo por venir, es decir la esperanza. Precisamente la mística del Adviento inacabado es lo que diferencia al creyente del agnóstico. Para todo hombre que vive entre la realidad presente y la esperanza futura, el Adviento es respuesta al vacío existencial de muchos; es razón para vivir, amar y esperar a pesar del desencanto y cansancio de la vida. Porque el Adviento es la iniciativa constante de Dios mismo que va al encuentro del hombre a quien confía una tarea inacabada: la construcción del mundo y del hombre nuevo.
La fe no es una adquisición de una vez para siempre, sino que implica un proceso en constante evolución, una permanente atención a la imprevisible sorpresa de ese Dios nuestro que siempre está viniendo. Nuestra fe no nos mueve a buscar lo que está fuera, por encima de nosotros, sino lo que nos aguarda delante de nosotros, Vivir el Adviento significa preparar la venida del Señor, la venida de Jesucristo. Porque sólo en Él están todas nuestras expectativas.
La venida de Cristo a la tierra es un acontecimiento tan inmenso que Dios quiso prepararnos durante siglos con un Adviento que duró cuatro mil años. Tantos hombres santos y profetas del Antiguo Testamento que no cesaban de aspirar y pedir por la venida del Mesías el Salvador.
El profeta Isaías encarna la espera del Antiguo Testamento, el Adviento pre-cristiano y nos dice que “el Señor reúne a todos los pueblos en el Reino de Dios” (Is 2, 1-5) es una espera expectante. El apóstol Pablo en la carta a los romanos nos muestra que “nuestra salvación está cerca”. Jesús en el Evangelio de San Lucas (12,40) nos dice: “Estad preparados, porque a la hora en que menos penséis vendrá el hijo del Hombre”. El Evangelio de San Mateo nos recuerda: “Estad en vela para estar preparados”.
Nuestra generación vive un momento histórico transido de una expectación absoluta de futuro. Por eso, el hecho de oír el anuncio de nuestra liberación, suscita un poderoso sentimiento de esperanza.
La tensión de la fe consiste en vivir no entre el mundo y el cielo, la tierra y el empíreo, sino entre el presente y lo por venir, es decir la esperanza. Precisamente la mística del Adviento inacabado es lo que diferencia al creyente del agnóstico. Para todo hombre que vive entre la realidad presente y la esperanza futura, el Adviento es respuesta al vacío existencial de muchos; es razón para vivir, amar y esperar a pesar del desencanto y cansancio de la vida. Porque el Adviento es la iniciativa constante de Dios mismo que va al encuentro del hombre a quien confía una tarea inacabada: la construcción del mundo y del hombre nuevo.
La fe no es una adquisición de una vez para siempre, sino que implica un proceso en constante evolución, una permanente atención a la imprevisible sorpresa de ese Dios nuestro que siempre está viniendo. Nuestra fe no nos mueve a buscar lo que está fuera, por encima de nosotros, sino lo que nos aguarda delante de nosotros, Vivir el Adviento significa preparar la venida del Señor, la venida de Jesucristo. Porque sólo en Él están todas nuestras expectativas.
La venida de Cristo a la tierra es un acontecimiento tan inmenso que Dios quiso prepararnos durante siglos con un Adviento que duró cuatro mil años. Tantos hombres santos y profetas del Antiguo Testamento que no cesaban de aspirar y pedir por la venida del Mesías el Salvador.
El profeta Isaías encarna la espera del Antiguo Testamento, el Adviento pre-cristiano y nos dice que “el Señor reúne a todos los pueblos en el Reino de Dios” (Is 2, 1-5) es una espera expectante. El apóstol Pablo en la carta a los romanos nos muestra que “nuestra salvación está cerca”. Jesús en el Evangelio de San Lucas (12,40) nos dice: “Estad preparados, porque a la hora en que menos penséis vendrá el hijo del Hombre”. El Evangelio de San Mateo nos recuerda: “Estad en vela para estar preparados”.
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