lunes, 4 de abril de 2011

A LA MEMORIA DE MI PADRE

Una antigua postal de la casa "Escudo de
Oro", que tantos recuerdos nos trae a los
que contamos ya algunas decenas de años:
la antigua Virgen de la Merced, a su salida
de la Catedral 
Éste es el título de una soberbia marcha procesional  compuesta por Manuel Font Fernández de la Herranz en 1.899, en homenaje a su padre, el también músico y compositor, José Font Marimont,  fundador de la dinastía musical de los Font. Ahora  me sirve de encabezamiento, para desgranar estos pensamientos, que torpemente intento plasmar.
A mi padre, un sevillano nacido  fortuitamente en Almendralejo,  y criado en el barrio de la judería sevillana, le debo sin duda -aparte de tantísimas cosas- el amor y la devoción por Sevilla y su Semana Santa.
Desde muy pequeño anduve con él de la mano recorriendo el enrevesado laberinto que a mí me suponía el callejero del casco histórico de nuestra ciudad, con él aprendí a acortar caminos por calles poco transitadas, a saber los horarios (de carrerilla) sin necesidad de programas de mano, a suponer los retrasos con que llegaba determinada Cruz de Guía a un punto concreto: San Roque por Caballerizas, el Museo en el andén, Santa Cruz en la Alcazaba, el Cristo de Burgos por  Boteros, Pasión en Placentines, el Gran Poder en Conde de Barajas, La Mortaja en Doña María Coronel no fallaba ¡nunca!... no se equivocaba.
Al mismo tiempo que  me iniciaba a desenvolverme por callejuelas y vericuetos, me enseñaba los detalles de una imagen, la orfebrería, el exorno floral, los bordados… las curiosidades de  que esta repleta nuestra Semana Santa : El pelícano del Amor y su bellísima simbología, la antorcha del prendimiento (mi hermano mayor creía que era un helado de polo), el recogido del manto de la Virgen del Rosario, los zancos de la Carretería con su forma de pata de dragón, la última túnica que su amigo Pepe Cerezal acababa de confeccionar para el Señor de las Penas, las joyas de la duquesa de Osuna que llevaba en su manto la Virgen de la Aguas y cómo no, los singulares manigueteros mercedarios de la Virgen que sonreía y que antes fue Santa Rosa de Lima,  pero sobre todo el cariño, la devoción y el respeto.
Todavía, cada vez que paso por Villegas, lo recuerdo levantando su mascota y hacer una respetuosa inclinación de cabeza ante el retablo cerámico que reproduce la imagen del Cristo del Amor.
Sapiencia sevillana y cofrade, él, que nunca fue hermano de nómina de ninguna cofradía y en consecuencia nunca vistió hábito nazareno, pero que era un buen hombre cristiano, que vivió y murió con una medalla al cuello del Señor de Sevilla -el que habita en San Lorenzo- y que me transmitió la fe que hoy profeso y de la que estoy orgulloso.
Por él, tras algunos años  baratilleros, en dónde realicé mis primeras e infantiles estaciones de penitencia, me inscribí cuando tuve edad para hacerlo en la Hermandad que ha sido y será mi referente.
Dos antiguos hermanos unidos a mí por lazos familiares, tuvieron a bien presentarme: Uno, mi tío, de cuya joyería familiar salió la presea con la que Sevilla coronó a la Macarena, y que igualmente realizó las potencias de salida  de Jesús de la Pasión y que su antigua túnica de nazareno sirvió de modelo para que me confeccionaran la que aún  utilizo cada Jueves Santo. El otro, un clásico y prestigioso librero. De su casa familiar de la calle de los Francos, salía vestido de negro ruán acompañado de sus hijos camino del Salvador, después de recibir las instrucciones -de viejo nazareno- que nos hacía: remángate los pantalones para que no se vean, cógelo con imperdibles, utiliza camisa con cuello, porque si no el cíngulo te va a molestar, ensaya la genuflexión con el capirote puesto ante el Monumento, ponte bien la cola que te la pisas… vestirse de nazareno era un rito, decía.
Mi agradecido y emocionado  recuerdo a los dos, que gozarán  seguro de la presencia del Jesús de la Pasión y su bendita Madre de la Merced.
En esta Archicofradía Sacramental de Pasión, desde los catorce años he vivido la fe y he aprendido de los que me precedieron, he gozado y por qué no, también sufrido. La Hermandad ha sido el cauce a través del cual me he acercado a los misterios insondables de la doctrina. Así lo creo y así lo confieso, decimos anualmente en la protestación de fe de la Función Principal del Instituto que culmina el novenario.
En estos ya largos años de pertenencia a Esta, casi cinco veces centenaria asociación de fieles, he conocido y recuerdo con entrañable emoción a grandísimos hermanos con los que compartí muchos buenos recuerdos, horas de trabajo, responsabilidades y en fin, devoción a nuestra Institución y a sus Sagrados titulares.
De la Torre, Fernández-Piedra, Caparrós, Benítez Carrasco, Maza, Carretero, Castro, Gutiérrez Colás, Tejera, González, García Gutiérrez, Vigil,  Liñero, Lafarque…  son algunos de sus apellidos. Eduardo, Enrique, Salvador, Manuel, Juan, Teodoro, Alejandro, Angelita, Serafín… sus nombres. De todos aprendí, a todos  los recuerdo con gratitud, que creo que es la  justicia del corazón.  De otros sigo aprendiendo: Juan, Paco, Gildo, Pepe, Carlos, José María, Ricardo… y de sus hijos y sus nietos, con los que sigo compartiendo cultos de regla, Jueves Santo, traslados y en suma, vida de Hermandad, que empieza en ese tunelito en la calle Córdoba y desemboca sin remedio en nuestra Capilla Sacramental.
Si Dios quiere, el próximo Jueves Santo cuando la tarde haya caído y la noche se cierre sobre la ciudad, como todos los años al pasar el silente cortejo por lo que fue una antigua librería señera, dónde huele a torrijas por la vecindad de una centenaria confitería, me acordaré de ese librero, que me enseñó  a vestirme de nazareno de Pasión; cuando mire los altos de la joyería más antigua de Sevilla, tras sus cierros adivinaré la silueta de un hermano de Pasión con mi misma sangre, y en fin, cuando enfile la rampa de acceso, sabré que en el Patio de los Naranjos, en todos lados y todos los días del año, estará aquel que me dio la vida, me enseñó la fe y que procura que sea mejor persona cada día.
Si lo consigo es merito suyo, el espejo en que me miro; si no es así, es culpa mía. Pero estoy tranquilo, pues se que seré examinado de amor, cuando haya de morir. Y a ser posible con un hermano de Pasión cerca.

JMDR

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