Quiero compartir con los hermanos
y hermanas que frecuentáis este blog una vivencia de la que soy testigo directo
y en la que he participado sólo como correo transmisor de los valores
cristianos que en nuestra hermandad procuramos cuidar, alimentar y robustecer.
En agosto de 2010 me enteré de
que a Eva, la hija de una compañera de
trabajo, le habían diagnosticado un cáncer de mediastino que por su ubicación
era inoperable y difícil de erradicar con quimioterapia y radioterapia. A Eva
le daban de vida los oncólogos, en el mejor de los casos, hasta julio de 2011.Dado el prestigio
de los médicos que hicieron el diagnóstico, nadie dudamos de que
desgraciadamente, acertarían.
Ni que decir tiene que nos causó
a todos sus compañeros una gran conmoción. Y pese a ser la madre de Eva una
adversaria mía en el trabajo desde mucho tiempo atrás y con más de un
encontronazo entre ella y yo por razones profesionales, tampoco escapé al dolor
de verla hasta el resto de su vida sin su hija. Confieso que esta idea me
producía más desgarro que la propia vida de Eva, una joven de 28 años y con un
buen porvenir en Estrasburgo con funcionaria de la Unión Europea.
La madre de Eva es una mujer
sobria, seca, poco dada a aspavientos sentimentales y muy tenaz. Lógicamente
decidió buscar una segunda opinión médica y que se intentase todo lo que la
ciencia médica tiene a su disposición, para salvar a Eva de la muerte. Su
perseverancia y su fuerza de madre consiguieron que los oncólogos le aplicasen
varios tratamientos, más por tranquilizar a madre e hija que por que estuviesen
convencidos de su eficacia. Por mi parte me puse a aplicarle el remedio que
tenemos los cristianos: la oración, oración a nuestra titular: María Santísima
de la Merced.
Un domingo, estaba yo en una
iglesia de la localidad donde vivo (vivo lejos de Sevilla) y vi a la madre de
Eva que se detenía ante la imagen de San José; esto es lo normal ¿verdad? No lo
es para una persona bautizada pero alejada de la Iglesia, atea y de militancia izquierdista. Por lo que me
sorprendí. Y como semanas más tarde era el besamanos de la Virgen decidí que le
traería una estampa de Nuestra Madre y Señora de la Merced y otra del Señor.
Así lo hice y ambas las pasé por el
manto de la Virgen y por el talón del Señor.
Arriesgándome al rechazo y con
toda la delicadeza que pude, referí a la madre de Eva mi viaje a Sevilla y el
besamanos de la Virgen y le ofrecí las estampas. Me las tomó rápidamente, sin
vacilar. Yo le advertí que no eran objetos mágicos, que por sí mismas no
curaban y que la sanación de Eva sólo dependía de que madre e hija creyesen
firmemente en que la Merced intercedía ante Jesús y que Él en su misericordia
la podía curar. Me dijo que sí, que lo creía, me dio las gracias y continuamos cada
uno con nuestras tareas en el trabajo.
En la primavera de 2011 vino Eva
al trabajo a preguntarme el porqué de las lágrimas de la Virgen sorprendida de
que “siendo un ser divino”, así decía, la Virgen estuviese llorando. Yo le dije
que llora porque Ella no es una diosa, es un ser humano, una mujer como Eva y su
madre, aunque especialmente favorecida por Dios al hacerla madre de Jesús. Y
que por ser humana comprende vuestro
dolor porque ella misma tuvo que sufrir al ver a su Hijo que lo
llevaran a ejecutar, sin más culpa que ser bueno, en esa misma cruz que le
hicieron cargar a hombros después de destrozarle a latigazos. Le costó un poco
asumir la presencia de la Virgen en
cuerpo y alma delante de Dios, y la propia Pasión de Jesús pero entendió todo lo que le expliqué y lo asumió
con sorprendente naturalidad. Eva me pidió que le enseñase a rezar y que yo
mismo rezase por ella. Ambas cosas las he hecho con toda la fuerza de mi ser
mientras ha estado en tratamiento. Ha aprendido también a leer el evangelio
diario, a acercarse a Jesús en la Eucaristía y darle gracias.
En el transcurso de la terapia,
me refería la madre de Eva que el Jefe del Servicio de Oncología no se
explicaba la evolución “anómala” del cáncer
del que estaban tratando a Eva ya
que tan pronto crecía unos milímetros como menguaba sin que alcanzase el tamaño
que estadísticamente
debiera alcanzar según
el tiempo transcurrido desde el diagnóstico.El oncólogo consideraba que estaba
ante un cáncer de evolución atípica; y no encontraba explicación médica a ese
“extraño comportamiento del tumor”. Eva superó no sólo el mes de julio de 2011,
también el de 2012 y se animó a continuar estudiando el idioma que interrumpió
en 2010: el alemán.
Transcurrió todo el año 2012 con
Eva entre los vivos y al lado de su familia, y el pasado jueves, séptimo día de
la Novena del Señor, la madre de Eva me llama al móvil para comunicarme un
asunto del trabajo y decirme con su habitual sobriedad y literalmente:”Pepe, tu Virgen ha curado a Eva, venimos de
hacerle una prueba en el PET TAC y sólo tiene una pequeña cicatriz”.
Un saludo a todos los hermanos y
hermanas que caminamos detrás del Señor de Pasión y de su Santa Madre, Merced.
1 comentario:
La fe mueve montañas
Publicar un comentario