lunes, 7 de enero de 2013

"Pasión", por Carlos Colón, hoy en Diario de Sevilla


PERMÍTASEME parafrasear el inicio de La ciudad de Chaves Nogales para decirles que si supiera de alguna imagen que tuviese esta sabia armonía, esta exquisita aristocracia, esta plenitud de espíritu de Jesús de la Pasión, no hubiese empezado a escribir. Sólo él es así; a los incrédulos, a los extraviados, a quienes lo ignoran, dirijo la certeza de mi amor, mi devoción y mi sobrecogimiento ante Pasión. 
Lo que Chaves Nogales escribió de Sevilla se puede decir del Señor de Pasión. Porque sólo una ciudad que a lo largo de los siglos ha cultivado esa sabia armonía artística, esa exquisita aristocracia espiritual y esa plenitud de espíritu puede producir obras tan estética y teológicamente perfectas como Jesús de la Pasión. Y sólo una ciudad así podría mantener en vida la corporación que lo encargó a Martínez Montañés unos 60 años después de fundarse en el Convento Casa Grande de la Merced, a mediados del siglo XVI. 
Entre 1610 y 1615 debió esculpir Montañés este tratado teológico escrito con gubia sobre madera. Han pasado cuatro siglos. Nada queda vivo de la gran Sevilla cosmopolita, culta, poderosa y rica del barroco. Sólo las sagradas imágenes que Montañés, Mesa, Ocampo, Roldán o Gijón nos legaron y hoy siguen sustentando vidas. Poco queda siquiera de la Sevilla de 1921 que inspiró a Chaves Nogales La ciudad. Sólo la nueva vida que las hermandades, renacidas durante la Restauración en clave romántico-regionalista, dieron y dan a aquellas sagradas imágenes. 
Vive en el Señor de la Pasión la gran Sevilla de Cervantes y Mateo Alemán, Morales y Guerrero, Murillo y Zurbarán. Y vive también en él la ciudad de la gracia de Patrocinio López y Turina -hermano de Pasión, cuyas coplas y misa compuso-, de Cayetano González y de ese gran olvidado de entre los escritores sevillanos del 27 que fue Manuel Díez Crespo. 

Esta noche el silencio atronador que impone Pasión, pozo de sí mismo, asombroso movimiento de introversión, llenará el Salvador cuando lo trasladen al altar de su novena. Irá sin su cruz, con las manos atadas. Es entonces cuando más se parece a su madre, cuando su espalda curvada por el peso de la cruz, la genuflexión de su breve paso y su cabeza humillada más recuerdan la reverencia de María ante el ángel de la Anunciación. A los incrédulos, a los extraviados, a quienes lo ignoran les aconsejo que descubran esta cumbre del arte y la espiritualidad sevillana, española y universal.

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