sábado, 9 de febrero de 2013

Carta del Arzobispo de Sevilla


ANTE EL VIA CRUCIS MAGNO
Por iniciativa del Arzobispado, con la colaboración inestimable del Consejo General de Hermandades y Cofradías de Sevilla, en la tarde del próximo día 17 de febrero, primer domingo de Cuaresma, va a tener lugar en nuestra ciudad el llamado Vía Crucis Magno, en el que participarán catorce imágenes señeras de la Semana Santa sevillana. Es seguro que asistirá una gran multitud de fieles y que serán miles los que contemplen este acto, esencialmente de piedad y de culto, a través de la televisión. Será éste el modo más visible y hermoso con el que el mundo cofrade, tan importante en nuestra Archidiócesis, celebrará el Año de la Fe, en el que se han implicado con gran interés todas las Hermandades de la Archidiócesis con actos especiales de culto y con programas bien concretos de caridad, de formación y catequesis sobre el Símbolo de la fe.
El ejercicio del Vía Crucis es una práctica piadosa bendecida secularmente por la Iglesia y primada con numerosas indulgencias, que ha hecho muchísimo bien a tantas generaciones de cristianos, que desde la Edad Media se han acercado con compunción del corazón a meditar los misterios de la Pasión y Muerte del Señor. Es ésta una práctica devota eminentemente andaluza, puesto que fue el Beato dominico Álvaro de Córdoba quien, en los comienzos del siglo XV, a la vuelta de una peregrinación a Tierra Santa, erigió en el convento de Scala Coeli, en la Sierra de Córdoba, el primer Vía Crucis, unas pequeñas capillas en las que mandó pintar las principales escenas de la Pasión del Señor, popularizando así esta devoción que pertenece también a la entraña más profunda de la religiosidad sevillana.
Efectivamente, fue don Fadrique Enríquez de Ribera, primer Marqués de Tarifa y Adelantado Mayor de Andalucía, quien propicia en Sevilla la celebración de un Vía Crucis popular en la Cuaresma del año 1521, que pervivirá durante siglos. Tal ejercicio se iniciaba en la capilla de su casa de Sevilla, la llamada Casa de Pilatos, hoy palacio de los Duques de Medinaceli. Finalizaba en el humilladero gótico de la Cruz del Campo, construido en 1380, distante de la citada casa 997 metros, los mismos que distaba el Pretorio de Pilatos del Monte Calvario. Ni qué decir tiene que desde Andalucía se extendió el Vía Crucis por todo Occidente, y desde Sevilla por toda la América hispana.
En nombre de la Archidiócesis, agradezco al Consejo General de Hermandades y Cofradías de Sevilla su trabajo ingente a lo largo de los últimos meses. Doy las gracias también al Ayuntamiento de la ciudad por su colaboración extraordinaria y a las Hermandades que prestan sus sagradas imágenes con gran generosidad. Dios quiera que sean muchos los fieles que, tomando como punto de partida este Vía Crucis, comiencen a gustar la riqueza espiritual que esta práctica piadosa encierra. Celebraría igualmente que la contemplación de tanta belleza y la escucha de los textos escritos en su día por el Beato Juan Pablo II, a los que se han añadido breves consideraciones del Arzobispo, ayuden a los fieles a vivir con fruto el recorrido por los hitos estelares de la Pasión del Señor, penetrándose de los mismos sentimientos de Cristo, el cual siendo de condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, tomó la condición de esclavo, abajándose hasta la muerte y una muerte de cruz (Fil 2, 5-8).
De eso se trata en el ejercicio del Vía Crucis, en el que nos adentramos en la meditación de la Pasión de nuestro Señor Jesucristo y en su camino hacia el Calvario, admirando la infinitud de su amor por la humanidad y por cada uno de nosotros. Contemplar los momentos cimeros de la epopeya de nuestra salvación, contemplar su silencio en el juicio inicuo de los sumos sacerdotes, considerar la cobardía cómplice de Pilatos, sus tres caídas en la Vía Dolorosa, los dolores acerbísimos de la flagelación y de la coronación de espinas, su crucifixión y la lanzada del soldado que abre su corazón; contemplar, en suma, su muerte redentora por nuestros pecados, debe movernos a la conversión, al cambio de vida y a la vuelta a Dios.
Al mismo tiempo, hemos de decidirnos de una vez por todas a responder con amor a su entrega generosa y preguntarnos, como hace San Ignacio en los Ejercicios Espirituales: “Qué he hecho por Cristo, qué hago por Cristo, qué debo hacer por Cristo”. De igual modo, la contemplación del amor inmenso de Jesús por nosotros nos debe llevar a renovar y fortalecer nuestra fraternidad, a amar y servir a nuestros hermanos, especialmente los más pobres y necesitados, con los que Él se identifica. Así nos lo dice el apóstol San Juan: “Si Dios nos ha amado de esta manera, también nosotros debemos entregar la vida por nuestros hermanos” (1 Jn 4,11).
Para todos los que participen o contemplen el Vía Crucis, mi saludo fraterno y mi bendición.

+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla

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