viernes, 9 de octubre de 2009

"CERNUDA EN PASIÓN". ARTÍCULO DE PACO ROBLES EN ABC DE SEVILLA

Fotografía: J.J. Comas Rodríguez, Pasión en Sevilla
Octubre no tiene quien le escriba. En esta ciudad de marzos envueltos en la bruma del incienso y de abriles rebozados en los tópicos de lunares no existe apenas literatura de otoño. Octubre discurre por las cloacas de la manteca podrida, por los mentideros donde el politiquerío de turno sigue llenando el buche con embustes como cigalas de tronco. Este octubre nos ha salido muy mercasevillano. Por eso es bueno recluirse en la penumbra del templo más enigmático de Sevilla, en esa iglesia barroca donde se produce el mismo prodigio que vio Cernuda en el altar mayor de la Catedral. Los retablos del Salvador son «confusiones de oros perdidos en la sombra», como acertó a escribir el poeta de la calle Aire en su imprescindible Ocnos.
El Salvador está en pie gracias a la labor del añorado Juan Garrido y del inquieto Joaquín Moeckel, tan criticado por los que no se mueven como no haya interés particular a la vista. Ayer se abrió de nuevo el altar de Jesús de la Pasión. Tras el portentoso retablo barroco de Cayetano de Acosta, la filigrana de la plata que reluce para enmarcar al Cristo que camina solo. Dolor metafísico. Altura intelectual en el Nazareno que se presta, como jesuítico que es, al diálogo.
Si no fuera por lugares como éste, ¿para qué iba uno a permanecer en Sevilla? La ciudad, adocenada y vulgar, cobarde y sumisa, guarda destellos ocultos. Detrás de la efigie de Montañés, una ventana que se abre al patio de los naranjos, esa herencia islámica del conjunto arquitectónico. El aire se cuela en el templo. Verdor de hojas y humildad de la teja contrastando con el repujado de la plata. Dios entre la certeza y la duda. Jesús entre la vida y la muerte, con ese pie derecho que apenas se posa en el suelo para darnos una clase andante de manierismo.
Frente a los sectarios que dividen para vencer su propia mediocridad, esta imagen que nos sirve para reflexionar. No es cuestión de fingir como un meapilas. Es algo más profundo. Es la cuestión esencial del ser humano, que se debate entre el vacío y la esperanza. Como dijo Cernuda, el tiempo sin tiempo del niño se fue con la túnica blanca que un día vistió para salir de ese mismo templo. Con muchas dudas y casi ninguna certeza, ayer volvimos al lugar del misterio. Quien quiera enfrentarse cara a cara con el Cristo, ya sabe dónde tiene que ir. Gracias, Javier.

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