Existen muchas personas que piensan de los que se visten de nazarenos que son capiroteros, vayan donde vayan en la cofradía y aunque solo lleven antifaz, sin macho de cartón por dentro. Los más conspicuos denominan así a los que no participando en la vida de hermandades aparecen cuando huelen o presienten cofradía, por ser disfrutadores del vestir túnica y participar en el rito de formar en procesión con las Imágenes de sus devociones.
Yo, querido lector y entrañable amigo, soy y he sido siempre capirotero no por ir solo a la Hermandad el día señalado en cofradía, cosa que no he hecho jamás cuando he vivido en Sevilla, sino por volverme loco saliendo con ella a la calle por la ilusión, satisfacción y gusto que me ha proporcionado siempre hacerlo. Fíjate si es así que, por el camino, mientras acudo a la Iglesia para participar en supuesta estación de penitencia —para mí sentido penitencial solo tiene el no poder salir por la causa que sea siendo la cofradía una manifestación de fe formal o incluso seria pero jamás triste, proclamación y reafirmación de creencias trascendentes y participativas— me miro de reojo en los cristales de escaparates por las tiendas que paso y al verme….me siento el más guapo de los mortales y eso a pesar de que voy de riguroso y escueto negro ruán con la cara tapada por antifaz que proclama engendrar anonimato.
Desde chico esperé ese día mágico como la fecha cumbre de todo el año y en la Borriquita iba sintiéndome el hombretón más importante y digno del universo. No os extrañe que hoy, cuando en Pasión se acaba de aprobar por abrumadora y quiero repetir lo de abrumadora mayoría, la incorporación de las hermanas a la nómina de nuestras listas cofrades, me sienta un hombre inmensamente satisfecho. Como sabéis solo tengo hijos varones, los cuatro muy cofrades, pero si tuviese una niña con iguales gustos me habría muerto de pena sabiendo que mis hermanos le impedían acompañarme en tan digna, antigua y trascendente manifestación de fe.
Yo, querido lector y entrañable amigo, soy y he sido siempre capirotero no por ir solo a la Hermandad el día señalado en cofradía, cosa que no he hecho jamás cuando he vivido en Sevilla, sino por volverme loco saliendo con ella a la calle por la ilusión, satisfacción y gusto que me ha proporcionado siempre hacerlo. Fíjate si es así que, por el camino, mientras acudo a la Iglesia para participar en supuesta estación de penitencia —para mí sentido penitencial solo tiene el no poder salir por la causa que sea siendo la cofradía una manifestación de fe formal o incluso seria pero jamás triste, proclamación y reafirmación de creencias trascendentes y participativas— me miro de reojo en los cristales de escaparates por las tiendas que paso y al verme….me siento el más guapo de los mortales y eso a pesar de que voy de riguroso y escueto negro ruán con la cara tapada por antifaz que proclama engendrar anonimato.
Desde chico esperé ese día mágico como la fecha cumbre de todo el año y en la Borriquita iba sintiéndome el hombretón más importante y digno del universo. No os extrañe que hoy, cuando en Pasión se acaba de aprobar por abrumadora y quiero repetir lo de abrumadora mayoría, la incorporación de las hermanas a la nómina de nuestras listas cofrades, me sienta un hombre inmensamente satisfecho. Como sabéis solo tengo hijos varones, los cuatro muy cofrades, pero si tuviese una niña con iguales gustos me habría muerto de pena sabiendo que mis hermanos le impedían acompañarme en tan digna, antigua y trascendente manifestación de fe.
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