domingo, 28 de septiembre de 2008

LA ORTODOXIA DEL CORAZÓN

Gloria de la Torre Gamito
Se escuchaban los “si, sí, sí” retumbando entre los altos techos del Salvador. Algunas abstenciones, algunos “no”, y seguían sonando “sí, sí, sí…” las voces de los hermanos de Pasión, hombres y mujeres que decidían libremente accionar el botón de un cambio definitivo que significará la llegada de la mujer a todas las facetas de la Hermandad y, por tanto, la adaptación de todas las reglas en las que las mujeres quedaban excluidas por el mero hecho de serlo.
Hija y nieta de hermanos de Pasión, desde niña “acepté” (por darle verbo a lo que se asume y no se comprende) que las niñas no podían salir de nazarenas en Pasión y por eso los niños de mi altura con los que jugaba en la Plaza del Salvador el Jueves Santo por la mañana serían nazarenos por la tarde y yo y mi hermana no.
Entendí pronto que mi madre siempre vestiría a aquel nazareno negro, inmenso, que se sentaba en una silla para darnos caramelos y que más tarde rezaría en su silenciosa estación de penitencia, y que a mí, como a mi madre, como a mi abuela, me había tocado ser de un grupo obligado a rezar entre imperdibles, cinturón de esparto tan sólo acariciado, para más tarde llorar al ver la dulce cruz del Señor de Pasión de frente, empaparme de paz en el rostro de la Virgen de la Merced entre el bullicio, abrazar con los ojos el gran Amor que habita la madera. Por eso, como ya tenía asumido que nunca sería nazarena de Pasión, aquella procesión en el templo en la que mi padre participó fue la que colmó el vaso de mis paciencias. “Las niñas tampoco pueden llevar un cirio en la procesión claustral”, respondió mi padre con tristeza a nuestro deseo de participar como los otros niños.
El pasado jueves asistí emocionada al cabildo que ponía una maravillosa tirita en algunas cicatrices pequeñas de los rincones de mi niñez, al primer cabildo con mujeres sentadas en el banco de la Junta de Gobierno, al cabildo que impediría que mis hijas tuvieran esas mismas heridas; tendrán otras, pero no esas que mueren para las hermanas de Pasión en este mes de septiembre del año 2008 y que además llegan -no me tiembla la voz-, con bastante retraso.
Pese a ser este un acontecimiento de justicia, de parcial reparación a tantas generaciones de hermanas que hemos visto discriminado nuestro amor al Señor de Pasión y a la Virgen de la Merced por el simple hecho de no nacer varones -y, como no-, pese a ser un regalo para las generaciones venideras que podrán acompañar a sus imágenes allí donde vayan, tener voz y voto, derecho y deber independientemente de su sexo, hubo quien con la Regla en la mano se rasgó las vestiduras apelando a las formas de la convocatoria, y a los artículos que habrían de cambiarse. Afortunadamente la votación lo dijo todo por sí sola, y todos pudimos descubrir que no hay nada más ortodoxo que el corazón, el corazón de un colectivo que no le cierra la puerta a nadie, que no distingue sexos, sino que une en el amor a las personas.
Cuando a las ocho de la tarde del Jueves Santo del año 2009 la Hermandad de Pasión ponga su cruz de guía en la calle, una sutil pero honda metamorfosis se habrá producido en el séquito de negro ruán que recorrerá Sevilla. El Señor de Pasión y la Virgen de la Merced estarán -por fin- acompañados en su estación de penitencia por todos los que en su día a día ponen en sus manos las alegrías y las penas de su humana existencia, sean hombres o mujeres.

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