Hoy nos recuerdan en los templos, con un pellizco de ceniza sobre la frente, que sólo polvo somos. Y sin embargo, nos pasamos la vida intentando adquirir una importancia tan efímera que resulta ridícula vista con un poco de perspectiva. Las sotanas —si es que quedan— anhelan báculos que resultan risibles para quienes los contemplan desde la lejanía de una fe no compartida. Los báculos aspiran no solo a mitras, que ya tienen, sino también a tiaras pontificias. Las gentes de milicia empujan en trincheras imposibles para llenarse el pecho de medallas y los simples médicos pedimos almidón en nuestras blancas batas para de esa forma parecer que somos superhombres que bajamos desde el cielo para curar males imposibles. Todos queremos presumir de algo importante y muchos de nosotros parecemos necesitar del reconocimiento público. Pero solo somos ceniza y polvo, polvo y ceniza. Tal vez, en las iglesias, sigan el rito únicamente para recordarle al niño que sólo alcanzará la gloria de una madurez eterna cuando ya se haya ido de esta vida. Porque el hombre es solo un adolescente en busca de maduraciones desconocidas. Solo polvo. Únicamente ceniza. No sé para qué tanta ambición, tanto arribismo, si al final me han dicho que solo los últimos llegarán a ser primeros de la lista.
No hay comentarios:
Publicar un comentario