jueves, 5 de febrero de 2009

(VII) DEL PREGÓN DE D. FRANCISCO J. VÁZQUEZ PEREA, 2003


(Fotografía: Bernardo Jiménez)
[...] Ese amor es el que te hará nazareno cuando llegue tu momento. No habrá nada más grande. A un viejo cofrade, artista y diseñador de multitud de obras geniales le preguntaron un día que qué era lo más importante que había hecho. Y fue claro: coger un cirio y ponerme en una fila de nazarenos. Sevilla con sevillanos, clave fundamental de la Semana Santa. Aunque cada sevillano sea un mundo.
Tal vez por eso, entre tantos sevillanos, hay un hombre que se mira las manos. Nació hace unos 400 años. Pero su rostro no lo envejeció esa edad sino la Cruz que le hicieron cargar desde el principio. Y con esa Cruz no para de aliviar las cruces de los demás sevillanos. Cada Jueves Santo abandona su casa, en la plaza del Salvador, para recorrer la ciudad y buscar las caras de quienes no suelen ir a verle. Es sin duda una de nuestras mayores cumbres religiosas de estos días. Porque nuestros pasos en la calle no buscan la emoción de los sentidos, sino la conmoción del alma.
Unos días al año le quitan su Cruz, para su Besapié, y El se queda como en el último trecho del camino al Gólgota mientras Simón llevaba su madero. Porque cuando le quitan su Cruz El se queda... mirándose las manos. Como queriendo tomar con ellas las manos de todos los hijos de esta ciudad para unirlas bajo su amor sin medida. Esa era su misión. Por eso me gusta tanto verle cuando le quitan su Cruz. Con su prodigiosa cabeza recogida en su pecho, fijos los ojos verticalmente en sus manos abiertas. Llenas de milagros. Y cuando cada tarde de Jueves Santo vuelvo a verlo venir me miro mis propias manos, y las escondo avergonzado ante su presencia. Y solo veo manos a su alrededor, las manos de los suyos que le preceden, manos de apretarse el escudo mercedario sobre el pecho, manos salpicadas de cera roja sobre las manchas de la piel veterana, manos de escolta para esa compañía que nunca les falló. Manos que desembocan en las divinas manos del Señor reflejadas sobre los cierros de Álvarez Quintero.
¡Pasión! Tu eres el Cristo que se mira las manos. ¡Pasión! Dulce orilla para el oleaje encrespado en que nos ahogamos. ¡Pasión! aplaca con la mansedumbre de tus manos esta marejada, y desde tu barca de plata sálvanos… Cómo atrevernos a pensar en una Sevilla sin sevillanos. Ser ía quedarnos sin ti, Jesús de la Pasión. Tu, el primer sevillano, el de las nobles manos… [...]

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